UN CRISTO DIVIDIDO, UNA HEREJÍA EVANGÉLICA
Por A. W. Tozer
“Como hijos obedientes, no os conforméis a los deseos que
antes teníais estando en vuestra ignorancia”
1ª de Pedro 1:14
Las Escrituras en ninguna parte enseñan que la persona de Jesucristo o
ninguna de sus funciones u oficios importantes los cuales Dios le dio, puedan
ser divididos o ignorados.
Pero ha entrado una herejía muy perniciosa a través de todos nuestros
círculos evangélicos cristianos. Es un concepto ampliamente aceptado de que
nosotros como humanos podemos escoger aceptar a Cristo únicamente porque lo
necesitamos como nuestro Salvador, y que tenemos el derecho de posponer nuestra
obediencia a Él como nuestro Señor, por todo el tiempo que queramos.
Este concepto ha brotado naturalmente de un mal entendido de lo que la Biblia
dice en realidad acerca del discipulado cristiano y la obediencia. Confieso que
yo estaba entre aquellos que lo predicaban, antes de que empezara a orar a
conciencia, a estudiar diligentemente, y a meditar con angustia sobre todo este
asunto.
Creo que lo siguiente es una declaración semejante a lo que a mí se me enseñó
en mi primera experiencia cristiana: “Nosotros somos salvos recibiendo a Cristo
como nuestro Salvador y somos santificados recibiendo a Cristo como nuestro
Señor. Y es posible que hagamos lo primero sin hacer lo segundo”. Ciertamente
este concepto requiere de una profunda modificación en las mentes y que muchos
la corrijan para guardarnos del error.
La verdad es que la salvaciÓn separada de la obediencia no existe en las
Escrituras. Pedro hace ver muy claro que nosotros somos “elegidos según la
presciencia (conocimiento anticipado) de Dios el Padre, a través de la
santificación del Espíritu para obediencia” (1a de Pedro 1:2, paráfrasis del
autor).
Que tragedia es que en nuestros días, oímos muy seguido que el evangelio se
predica sobre estas bases: “¡Ven a Jesús! No tienes que dejar nada, no tienes
que cambiar nada, no tienes que entregar nada, no tienes que dar nada a cambio,
únicamente ven a Él y cree en Él como tu Salvador”.
Así que la gente viene y cree en el Salvador. Más tarde en una reunión o en
una conferencia ellos oirán otro llamado: “Ahora que tú ya has recibido al Señor
como tu Salvador, lo tomarás o lo recibirás como tu Señor?”.
El hecho de que esto se oiga en todas partes no lo hace correcto. Insistirle
a la persona que crea en un Cristo dividido es una enseñanza incorrecta. ¡Nadie
puede recibir la mitad de Cristo, o la tercera parte de Cristo, o una cuarta
parte de la persona de Cristo!
He oído a siervos de Dios decir con buena intención: “Ven y cree en la obra
terminada (ya todo está hecho)”. Esta obra no te va a salvar. La Biblia no nos
dice que creamos en una función o en una obra. Más bien dice que creamos en el
Señor Jesucristo, la persona que ha hecho esta obra y que tiene todas esas
funciones.
Me parece sumamente importante que Pedro hable de sus compañeros cristianos
de aquel tiempo como “niños obedientes” (Ver 1a de Pedro 1:14). Él no les estaba
dando una orden o una exhortación a ser obedientes. En realidad él dijo:
“Supongo que ustedes son creyentes, por eso también creo que son obedientes. Así
que ahora, como niños obedientes, hagan esto y esto”.
La obediencia se enseña a través de toda la Biblia y la verdadera obediencia
es uno de los requerimientos más difíciles en la vida cristiana.
Separada de la obediencia no puede haber salvación, la salvación sin
obediencia no es posible porque es contraria a lo que está escrito en la palabra
de Dios.
La esencia del pecado es la rebelión en contra de la autoridad
divina
Dios dijo a Adán y a Eva: “No comerás de este árbol, porque en el día que tú
comieres ciertamente morirás” (Ver Génesis 2:16-17). Esta es una orden divina
que requería obediencia de parte de aquellos que tenían voluntad propia y el
poder de escoger.
A pesar de la advertencia tan fuerte que se les dio, Adán y Eva extendieron
la mano y comieron de la fruta, y así desobedecieron y se rebelaron, trayendo el
pecado y la condenación sobre sí mismos.
Pablo escribe clara y directamente en el libro de Romanos acerca de “la
desobediencia del hombre”. Lo que escribió el apóstol es una palabra dura dada
por el Espíritu Santo: “Por medio de la desobediencia de un hombre vino la caída
de la raza humana” (Ver Romanos 5:12-21).
En el evangelio de Juan está muy claro que el pecado es desobediencia a la
ley de Dios.
El cuadro de los pecadores que Pablo describe en el libro a los Efesios
concluye que la gente del mundo son “los hijos de desobediencia”. Pablo quiere
decir que la desobediencia los caracteriza, que constituye su condición, que los
moldea. Que la desobediencia se ha convertido en una parte de su naturaleza.
Todo esto nos da un antecedente para la gran pregunta que siempre ha surgido
ante la raza humana: ¿quién es el jefe? Esto se convierte en una serie de tres
preguntas: ¿a quién pertenezco?, ¿a quién le debo lealtad?, ¿quién tiene
autoridad para requerirme obediencia?
Yo supongo que de toda la gente del mundo, son los americanos los que tienen
mayor problema para obedecer a alguien o a algo. Eso es, porque se supone que
los americanos son los hijos de la libertad. Son el resultado de una revuelta.
Produjeron una revolución cuando tiraron las pacas de té al mar desde el barco
en el puerto de Boston. Hubo discursos y dijeron: “El sonido de las armas será
llevado por el viento que sopla desde la comunidad de Boston”, y también, “¡Dame
la libertad o dame la muerte!”. Esto está en la sangre americana, y cuando
alguien dice, “tú le debes obediencia a tal o a cual”, inmediatamente se erizan.
En realidad, no nos agrada la indicación de someternos en obediencia a
nadie.
Igualmente, la gente de este mundo tiene una contestación lista y rápida a
las preguntas de dominio y obediencia. Dirían, “yo me pertenezco a mí mismo,
nadie tiene autoridad para requerirme obediencia”.
Nuestra generación hace gran alarde de esto; le damos el nombre de
“individualismo” (sistema de refinado egoísmo), y sobre la base de nuestra
individualidad demandamos el derecho de decidir por nosotros mismos.
Ahora bien, si Dios nos hubiera hecho meramente máquinas, no tendríamos el
poder de decidir por nosotros mismos. Pero como nos hizo a Su imagen, y nos hizo
para que fuéramos criaturas morales (de buenas costumbres y acciones lícitas),
por lo tanto el Señor nos ha dado ese poder.
Insisto en que no tenemos el derecho de decidir por nosotros mismos, porque
Dios nos ha dado el poder mas no el derecho de escoger la maldad. Viendo que
Dios es un Dios santo y que nosotros somos criaturas morales con el poder pero
no el derecho de escoger la maldad, ningún hombre tiene ningún derecho de
mentir. Tenemos el poder de robar: puedo salir a la calle a conseguir un abrigo
mejor que el que tengo ahora. Puedo entrar a un lugar y robarme ese abrigo y
salirme por una de las puertas de los lados sin ser observado.
Tengo el
poder, pero no tengo el derecho.
También tengo el poder de usar un cuchillo, una navaja, o una pistola para
matar a cualquier persona, pero no tengo este derecho.
En realidad, solamente tenemos derecho de hacer el bien, porque Dios es
bueno. Sólo tenemos derecho de ser santos, pero no malos. Adán y Eva no tenían
ningún derecho moral de comer del árbol del conocimiento del bien y del mal, y
al hacerlo, usurparon un derecho que no era de ellos.
El poeta Tennyson ha de haber estado pensado acerca de esto cuando escribió
en sus “Memorias”: “Nuestras voluntades son nuestras, no sabemos como; nuestras
voluntades son nuestras, para hacerlas tuyas Señor”.
Este misterio de la libre voluntad del hombre es demasiado grande para
nosotros. Tennyson dijo: “…no sabemos cómo”. Pero continúa diciendo, “…nuestras
voluntades son nuestras, para hacerlas tuyas Señor”. Y este es el único derecho
que tenemos aquí: hacer de nuestra voluntad la voluntad de Dios; para hacer de
la voluntad de Dios nuestra voluntad.
Debemos recordar que Dios es el Soberano y nosotros las criaturas. Él es el
Creador y por eso tiene derecho de ordenarnos. Nuestra obligación es obedecer.
Es una obligación agradable y puedo decir, que “su yugo es fácil y ligera su
carga” (Ver Mateo 11:30).
Ahora vuelvo al punto de la insistencia humana de que Cristo tenga con
nosotros una relación dividida. ¿Cómo se puede hallar apoyo para enseñar que
nuestro Señor Jesucristo puede ser nuestro Salvador sin ser nuestro Señor? ¿Cómo
se puede continuar enseñando que se puede ser salvo sin ninguna intención de
obedecer a nuestro Señor? (Ver Hechos 2:36).
Estoy convencido de que cuando un hombre cree en Jesucristo, debe creer en
todo el Señor Jesucristo, sin ninguna reserva. Yo creo que no es correcto ver a
Jesucristo como un tipo de enfermero divino a quien nosotros acudimos cuando el
pecado nos ha enfermado, y que después de que nos ha ayudado decirle “adiós”, y
seguir por nuestro propio camino.
Vamos a suponer que entro a un hospital y le digo al personal que necesito
una transfusión de sangre, o una radiografía de mi próstata. Después de que
ellos me prestan sus servicios y me atienden, me salgo por la puerta del
hospital con un alegre “adiós”, diciéndoles que fueron muy bondadosos en
ayudarme cuando lo necesité, y me voy como si no les debiera nada.
Puede ser que esto suene grotesco, pero pinta claramente el cuadro de
aquellos a quienes se les ha enseñado que pueden usar a Jesús como Salvador en
el tiempo en que lo necesiten, pero sin reconocerlo como Señor y sin deberle
obediencia y lealtad.
En ninguna parte de la Biblia se nos enseña a creer que podemos usar a Jesús
como Salvador y no reconocerlo como nuestro Señor. Él es el Señor, y así, como
Señor, nos salva porque tiene todas las funciones u oficios de Salvador, de
Cristo, de Sumo Sacerdote, y Él mismo es sabiduría, justicia, santificación y
redención. Todo esto forma parte de Él como Cristo el Señor.
Nosotros no podemos ir a Jesucristo como obreros astutos y decirle,
“tomaremos eso y aquello, pero no tomaremos esto”. No vamos a Él como quien
compra muebles para su casa y le dice al vendedor, “me llevo esta mesa, pero no
quiero la silla”, ¡dividiéndolo! ¡No! ¡Es todo de Cristo, o nada de Cristo!
Necesitamos predicar otra vez al mundo un Cristo completo. Un Cristo que será
Señor de todo, o no será Señor de nada.
La salvación verdadera restaura el derecho de la relación entre el Creador y
la criatura, porque vuelve a dar derecho a nuestro compañerismo y comunión con
Dios. Ustedes se podrán dar cuenta que en este tiempo se ha enfatizado mucho la
condición del pecador. Se habla mucho acerca de las aflicciones del pecador, de
su pena y de las grandes cargas que lleva, pero nos hemos olvidado del hecho
principal, que el pecador es en realidad un rebelde en contra de la autoridad
perfectamente constituida de Cristo.
Esto es lo que hace al pecado, pecado. El pecador es un rebelde. Es hijo de
desobediencia. El pecado es el quebrantamiento de la ley, y el pecador es un
rebelde, fugitivo de las leyes justas de Dios.
Vamos a suponer que un hombre escapa de una prisión. Ciertamente tendrá penas
y angustias. Le va a doler cuando se golpee contra troncos, piedras y cercas,
igual que cuando se arrastre por ahí en la obscuridad. Va a tener hambre, va a
sentir frío y cansancio, va a estar cansado y entumido de frío. Todas estas
cosas le pasarán, pero son incidentales comparadas al hecho de que es un
fugitivo de la justicia y un rebelde en contra de la ley.
Lo mismo pasa con los pecadores. Ciertamente tienen el corazón quebrantado y
llevan una carga muy pesada; la Biblia nos muestra acerca de su condición. Pero
ésta, es incidental al compararla con el hecho que nos muestra la razón por la
cual el pecador es lo que es: que se ha rebelado contra la ley de Dios, y es un
fugitivo del juicio divino.
Esto es lo que constituye la naturaleza del pecado. La carga pesada de
miseria y tristeza, la culpabilidad y otras consecuencias, constituyen
únicamente lo que brota de una voluntad no rendida al Espíritu Santo. Así que la
raíz del pecado es la rebelión en contra de la Ley, la rebelión en contra de
Dios. ¿No es el pecador el que dice, “yo me pertenezco a mí mismo, yo no le debo
lealtad a nadie a menos que yo quiera dársela?” Esta es la esencia del
pecado.
Pero, gracias a Dios, la salvación cambia esto y restaura la relación
anterior. Así que, lo primero que hace el pecador que ha regresado a los caminos
de Dios, es confesar: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy
digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros (siervos)”
(Lucas 15:18-19).
En el arrepentimiento, nuestra relación con Dios es restaurada y nos
entregamos completamente a la Palabra de Dios y a Su voluntad como niños
obedientes (Ver Hechos 3:19).
La felicidad de todas las criaturas morales descansa exactamente en esto: dar
obediencia a Dios. El salmista clamó:
“Bendecid a Jehová, vosotros sus
ángeles, poderosos en fortaleza, que ejecutáis su palabra, obedeciendo a la voz
de su precepto“ (Salmos 103:20).
Los ángeles en el cielo tienen su libertad completa y su máxima felicidad al
obedecer los mandamientos de Dios. Ellos no lo ven como una tiranía, sino que lo
consideran como un deleite.
He estado examinando una vez más los misterios del primer capítulo de
Ezequiel y no los entiendo. Hay criaturas con cuatro caras y cuatro alas, seres
extraños haciendo cosas extrañas. Hay ruedas y otras ruedas en medio de las
primeras. Sale fuego del norte y las criaturas van derecho hacia adelante y
algunas bajan sus alas y las ondean. Seres extraños y hermosos todos
divirtiéndose de lo lindo, deleitándose completamente con la presencia de Dios y
en el hecho de que ellos pueden hacerlo.
El cielo es un lugar en donde te entregas a la completa voluntad de Dios y,
¡es el cielo porque ahí mora Dios! Por más que digamos de sus puertas de perlas,
sus calles de oro y sus paredes de jade, ¡el cielo es el cielo porque es el
mundo de los hijos obedientes! El cielo es el cielo porque los hijos del Dios
Altísimo encuentran que están en su ambiente natural como seres morales
obedientes.
El infierno es el mundo del rebelde. Jesucristo dijo que hay fuego y gusanos
en el infierno, pero esa no es la razón por la cual es el infierno. Puede que
soportes los gusanos y el fuego, pero para una criatura moral que sabe y se da
cuenta que él está en donde está porque es un rebelde, esa es la esencia del
infierno y del juicio. Ese es el mundo eterno de todos los rebeldes
desobedientes que han dicho, “yo no le debo nada a Dios”.
Este es el tiempo que se nos ha dado para decidir. Cada persona hace sus
propias decisiones acerca del mundo eterno donde va a vivir.
Nosotros no podemos creer en un Cristo dividido. Debemos recibirlo a Él por
lo que Él es —¡El Salvador ungido y el Señor que es el Rey de Reyes y Señor de
Señores!— Cristo no sería quien es, si nos salvara, nos llamara y nos escogiera,
sin el entendimiento de que Él también va a guiarnos y a controlar nuestras
vidas.
¿Es posible que nosotros realmente pensemos que no le debemos obediencia a
Jesucristo? Le debemos obediencia desde el segundo en que clamamos a Él
pidiéndole que nos salvara, y si no le damos a Él esa obediencia, tengo razones
para preguntarme si estamos realmente convertidos.
La Biblia dice:
“Este mismo Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios
le ha hecho Señor y Cristo” (Ver Hechos 2:36). Jesús significa “Salvador”.
Señor significa “Soberano”. Cristo significa “El Ungido”. El apóstol no predicó
a Jesucristo como Salvador, él predicó a Jesucristo como Señor, Cristo y
Salvador. Él nunca dividió su Persona o sus funciones u oficios.
Tres veces en el libro de los Romanos (Romanos 10:9-13) el apóstol llama a
Jesucristo “Señor”. El dice que la fe en el Señor Jesús más la confesión de esa
fe al mundo, nos trae salvación.
Escudriña las Escrituras. Lee el Nuevo Testamento.
Si tú has sido
enseñado a creer de una manera equivocada en un Salvador dividido, debes estar
gozoso de que aún haya tiempo para arrepentirte y confiar en el verdadero. Él es
el único que te llevará a la vida
eterna.